domingo, 15 de septiembre de 2013

La analogía del relojero.

Cuando tratamos de explicar algo, solemos recurrir a la ayuda de una analogía. Por ejemplo, podemos decir que la comida es para los humanos, lo que  la gasolina es para los vehículos: si no se les suple con éstos, pues sencillamente tanto los automóviles como los humanos dejaremos de obtener nuestra energía y dejaremos de funcionar.

Las analogías son una herramienta muy útil cuando queremos enseñar o explicar algo, pero si queremos describirlo específicamente pues se vuelve un poco contraproducente, porque una analogía es la comparación de características similares de dos objetos o fenómenos y sacar conclusiones basadas en estas similitudes, pero no es una descripción exacta del fenómeno en sí.


Si no se domina bien un tema, el uso de analogías para aprenderlo pueden crear bastante confusión, por lo que es importante saber cuáles son los límites de esta comparación.
La razón principal de esta entrada es el uso incorrecto de una analogía bien famosa entre los creacionistas víctimas de la confusión (aunque puede que sean más bien víctimas de condicionamiento), la Analogía del Relojero, propuesta por primera vez por William Paley. Esta afirma:

“Si nos encontramos en reloj en un páramo [o en cualquier otro ambiente salvaje], es mucho más razonable suponer que alguien lo dejó ahí, y que éste fue creado por uno o varios fabricantes de relojes, y no por fuerzas naturales.”

Esta analogía hace una inducción de que al igual que el reloj, los seres vivos son entidades muy complejas, y por ende en algún momento en tuvo que haber un “creador” para poder concebir a éstos también, al igual que el reloj. Suena lógico, pero como ya se ha demostrado en la ciencia, lo “lógico” no siempre es lo correcto.

Ciertamente los seres vivos se comportan como máquinas: tienen partes funcionales y mecanismos complicados, por lo que la analogía no está mal. Incluso podemos inducir que al igual que un mecanismo artificialmente, si extraemos una parte funcionante de un ser vivo (un órgano), éste último dejará de funcionar adecuadamente, lo que sería una conclusión correcta. Este tipo de analogía es bastante común cuando se están formulando las hipótesis para dar cuerpo a los enunciados científicos. Pero el problema llega cuando se abusa de la información que se puede extraer de ellas, que es el caso del relojero.

Como dije anteriormente, se deben tener en cuenta los límites de estas comparaciones, recordando que una analogía NO SIGNIFICA QUE SEAN IDÉNTICOS, por lo tanto, hay que tener en cuenta que a pesar de que los seres vivos tienen aspectos en los que se comportan como máquinas, LOS SERES VIVOS NO SON MÁQUINAS (por lo menos inanimadas), y que a la vez, LAS MÁQUINAS NO SON SERES VIVOS.

Si los límites de la analogía del reloj no están claros, se podría decir que las máquinas suelen tener mucho metal en sus partes y por ende los seres vivos también; o que las máquinas no se pueden mojar y por ende los seres vivos tampoco. Ambas analogías parecerían correctas.

Pero lo que da el golpe de gracia final es la falta del principio que hace a una analogía correcta: sacar una inducción a partir de una característica específica, sin ésta última, la analogía es incorrecta.

Fijémonos que en la analogía del carro/combustible y comida/humanos compartíamos la característica de que ambos necesitamos X sustancia para generar energía y por ende éramos análogos en este aspecto. Cualquier otra comparación  o conclusión añadida requeriría otra característica compartida entre ambos ejemplos. Por ejemplo si quisiéramos decir que los seres humanos al igual que los carros algún día dejan de funcionar, pues es que ambos comparten la característica de que se deterioran con el tiempo y dejan de funcionar; pero al mismo tiempo no se puede sacar la conclusión de que al igual que los carros, nosotros podemos iluminar la calle de noche porque no compartimos la característica de tener dos lámparas al frente.

Teniendo esto en cuenta, la característica principal en lo que tiene que ver a su origen, que separa a los seres vivos de las máquinas, es que los primeros SE REPRODUCEN, y las máquinas no. Si ves a un ser vivo, inmediatamente piensas en que éste el algún momento tuvo que nacer (basado en la experiencia), no que fue fabricado en algún sitio por alguna persona. No importa lo que haga, un reloj, por más intimidad que le facilites, nunca se reproducirá, y es precisamente el nacimiento y concepción, la génesis de todos los seres vivos. Por lo que lo que “crea” a un ser vivo es la reproducción de sus ancestros inmediatos. Fuiste concebido cuando los gametos de tus padres se unieron –o sea cuando tus padres tuvieron sexo; utilicé esa expresión específica si alguien que lea esto haya sido concebido con inseminación artificial-  para crearte, no por piezas mediante la creatividad de alguien.

Pero no sólo queda ahí, si aún así aseguramos que hubo un creador, ese creador también es una unidad compleja, por lo que también debería que tener un creador; y así nos perdemos en una cadena infinita. Pero digamos que se sugiere que ese creador pudo haber aparecido espontáneamente, si aceptáramos esto, estaríamos admitiendo que una unidad compleja puede aparecer espontáneamente sin necesidad de un creador, y por lo tanto, no necesitándolo para existir.

 Claro, esta entrada solo abarca la analogía del relojero tratando de explicar el origen de los seres vivos, no el origen de la vida en sí. Esto trae como consecuencia de que no descarta objetivamente la posibilidad de que algún ente haya creado el primer organismo y éste se auto-reprodujera (como crear una máquina que de alguna manera se replique a sí misma), pero imposibilita el uso de esta analogía para descartar la teoría de la evolución, porque la característica principal que da la capacidad de evolucionar a los seres vivos radica precisamente la reproducción. Es más, toda cosa en el universo que se reproduzca tiende a evolucionar. Pero también refuta la divinidad de este “fabricante de relojes”, pues él mismo o tuvo que ser creado, o apareció espontáneamente, demostrando que las cosas complejas en el universo pueden aparecer sin necesidad de ser creadas.


Para terminar, tal vez la ciencia no tenga respuesta contundente acerca de cómo pudo haber surgido la vida en el universo, pero tratar de llenar ese vacío con una afirmación poco fiable porque al menos se dirá algo, es abismalmente incorrecto. 

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