Cuando
tratamos de explicar algo, solemos recurrir a la ayuda de una analogía. Por
ejemplo, podemos decir que la comida es para los humanos, lo que la gasolina es para los vehículos: si no se
les suple con éstos, pues sencillamente tanto los automóviles como los humanos
dejaremos de obtener nuestra energía y dejaremos de funcionar.
Las
analogías son una herramienta muy útil cuando queremos enseñar o explicar algo,
pero si queremos describirlo específicamente pues se vuelve un poco
contraproducente, porque una analogía es la comparación de características
similares de dos objetos o fenómenos y sacar conclusiones basadas en estas
similitudes, pero no es una descripción exacta del fenómeno en sí.
Si no se
domina bien un tema, el uso de analogías para aprenderlo pueden crear bastante
confusión, por lo que es importante saber cuáles son los límites de esta
comparación.
La razón
principal de esta entrada es el uso incorrecto de una analogía bien famosa
entre los creacionistas víctimas de la confusión (aunque puede que sean más bien víctimas de
condicionamiento), la Analogía del Relojero, propuesta por primera vez por
William Paley. Esta afirma:
“Si nos encontramos en reloj en un páramo
[o en cualquier otro
ambiente salvaje], es mucho más razonable
suponer que alguien lo dejó ahí, y que éste fue creado por uno o varios
fabricantes de relojes, y no por fuerzas naturales.”
Esta
analogía hace una inducción de que al igual que el reloj, los seres vivos son
entidades muy complejas, y por ende en algún momento en tuvo que haber un
“creador” para poder concebir a éstos también, al igual que el reloj. Suena
lógico, pero como ya se ha demostrado en la ciencia, lo “lógico” no siempre es
lo correcto.
Ciertamente
los seres vivos se comportan como máquinas: tienen partes funcionales y
mecanismos complicados, por lo que la analogía no está mal. Incluso podemos
inducir que al igual que un mecanismo artificialmente, si extraemos una parte
funcionante de un ser vivo (un órgano), éste último dejará de funcionar
adecuadamente, lo que sería una conclusión correcta. Este tipo de analogía es
bastante común cuando se están formulando las hipótesis para dar cuerpo a los
enunciados científicos. Pero el problema llega cuando se abusa de la
información que se puede extraer de ellas, que es el caso del relojero.
Como dije
anteriormente, se deben tener en cuenta los límites de estas comparaciones,
recordando que una analogía NO SIGNIFICA QUE SEAN IDÉNTICOS, por lo tanto, hay
que tener en cuenta que a pesar de que los seres vivos tienen aspectos en los
que se comportan como máquinas, LOS SERES VIVOS NO SON MÁQUINAS (por lo menos
inanimadas), y que a la vez, LAS MÁQUINAS NO SON SERES VIVOS.
Si los
límites de la analogía del reloj no están claros, se podría decir que las
máquinas suelen tener mucho metal en sus partes y por ende los seres vivos
también; o que las máquinas no se pueden mojar y por ende los seres vivos
tampoco. Ambas analogías parecerían correctas.
Pero lo que
da el golpe de gracia final es la falta del principio que hace a una analogía
correcta: sacar una inducción a partir de una característica específica, sin
ésta última, la analogía es incorrecta.
Fijémonos
que en la analogía del carro/combustible y comida/humanos compartíamos la
característica de que ambos necesitamos X sustancia para generar energía y por
ende éramos análogos en este aspecto. Cualquier otra comparación o conclusión añadida requeriría otra característica
compartida entre ambos ejemplos. Por ejemplo si quisiéramos decir que los seres
humanos al igual que los carros algún día dejan de funcionar, pues es que ambos
comparten la característica de que se deterioran con el tiempo y dejan de
funcionar ; pero al
mismo tiempo no se puede sacar la conclusión de que al igual que los carros,
nosotros podemos iluminar la calle de noche porque no compartimos la
característica de tener dos lámparas al frente.
Teniendo
esto en cuenta, la característica principal en lo que tiene que ver a su
origen, que separa a los seres vivos de las máquinas, es que los primeros SE
REPRODUCEN, y las máquinas no. Si ves a un ser vivo, inmediatamente piensas en
que éste el algún momento tuvo que nacer (basado en la experiencia), no que fue
fabricado en algún sitio por alguna persona. No importa lo que haga, un reloj,
por más intimidad que le facilites, nunca se reproducirá, y es precisamente el
nacimiento y concepción, la génesis de todos los seres vivos. Por lo que lo que
“crea” a un ser vivo es la reproducción de sus ancestros inmediatos. Fuiste
concebido cuando los gametos de tus padres se unieron –o sea cuando tus padres
tuvieron sexo; utilicé esa expresión específica si alguien que lea esto haya
sido concebido con inseminación artificial- para crearte, no por piezas mediante la
creatividad de alguien.
Pero no sólo
queda ahí, si aún así aseguramos que hubo un creador, ese creador también es
una unidad compleja, por lo que también debería que tener un creador; y así nos
perdemos en una cadena infinita. Pero digamos que se sugiere que ese creador
pudo haber aparecido espontáneamente, si aceptáramos esto, estaríamos
admitiendo que una unidad compleja puede aparecer espontáneamente sin necesidad
de un creador, y por lo tanto, no necesitándolo para existir.
Claro, esta entrada solo abarca la analogía
del relojero tratando de explicar el origen de los seres vivos, no el origen de
la vida en sí. Esto trae como consecuencia de que no descarta objetivamente la
posibilidad de que algún ente haya creado el primer organismo y éste se auto-reprodujera
(como crear una máquina que de alguna manera se replique a sí misma), pero
imposibilita el uso de esta analogía para descartar la teoría de la evolución,
porque la característica principal que da la capacidad de evolucionar a los
seres vivos radica precisamente la reproducción. Es más, toda cosa en el
universo que se reproduzca tiende a evolucionar. Pero también refuta la
divinidad de este “fabricante de relojes”, pues él mismo o tuvo que ser creado,
o apareció espontáneamente, demostrando que las cosas complejas en el universo
pueden aparecer sin necesidad de ser creadas.
Para terminar,
tal vez la ciencia no tenga respuesta contundente acerca de cómo pudo haber
surgido la vida en el universo, pero tratar de llenar ese vacío con una afirmación
poco fiable porque al menos se dirá algo, es abismalmente incorrecto.
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