Cada
vez que expreso mi desligue de creencias en las religiones, especialmente al
concepto de un dios que rija mi vida y
pensamientos, usualmente las personas suelen lanzarme “¿Cómo así que no crees
en nada? En algo tienes que creer.” Parecen incapaces de pensar en alguien que
no necesite creer en cosas sobrenaturales para darle significado a su
existencia, pues cuando esto pasa, parecen estar más cómodos si les dijera que
creo aunque sea en Bishnú antes de ser totalmente libre de religiones.
Les comprendo totalmente, pues es
una idea que han venido cultivando desde que son niños, y como sabemos todos, “árbol
que crece torcido, jamás su rama endereza” –no estoy totalmente de acuerdo con
esta frase, pero para el contexto en que la estoy usando la considero adecuada.
Pero la verdad es que en realidad
sí creemos en algo, creemos en la evidencia. Como expliqué en mi entrada
anterior, la evidencia es la que hace tan confiable la ciencia, la que hace que
vayas al médico formado científicamente y no al brujo, naturalista, santero, etc. Guiarnos por la evidencia es lo que nos
hace ir por el camino correcto y es lo que nos hace crecer y sacarnos de ese
mundo de fantasía en el que vivíamos de cuando éramos niños.
Pero no es en
cualquier cosa que sea proclamada como evidencia. Esta evidencia tiene que ser
exhaustiva, epistemológica y metodológicamente analizada antes de ser
presentada como tal. Aunque no todo en nuestras vidas los escépticos sometemos
a este escrutinio tan difícil de pasar. Por ejemplo, si alguien nos dice que le
dio de comer a su perro en la mañana, no por eso vamos a pedir una grabación de
eso para creerlo. Pero la necesidad de que sea así va aumentando a medida que
crece la importancia e impacto que tendría en nuestras vidas, así mismo como lo
descabellada que suene, por eso:
“Afirmaciones
extraordinarias requieren pruebas extraordinarias”
-David Hume
La historia ha demostrado reiteradas veces que antes de
tomar una decisión de gran importancia se deben estimar las pruebas que hay
para respaldar dicha decisión. Nunca se deben tomar acciones que se ponga mucho
en riesgo en base a poca o dudable evidencia.
Esta es la actitud que ha moldeado la ciencia, y al pensamiento
escéptico e incluso a la (muy odiada) burocracia de las autoridades en una
sociedad. Fíjese que para pedir un préstamo en un banco usted tiene que
justificar con muy buena evidencia que tiene solvencia suficiente para pagarlo;
si va a vender una casa, le piden un título autorizado por el estado para hacer
la venta; entre otras cosas. Ellos saben que hay mucho en juego, y son sabios
al no dejar el riesgo al azar.
Pero nuestra confianza en la evidencia va mas allá de someter
a un estricto escrutinio las ideas nuevas que se nos presenten, también es deshacernos
de ellas cuando demuestran ser erróneas. Si creíamos algo y luego se presenta
evidencia contundente en contra de ella, tendremos a renunciar a esa idea. Así
de simple. Esta es la característica principal que dota a la ciencia de su
capacidad de avance y que la separa tajantemente de las religiones, ya saben, eso
de “firmes en la fe”.
Estos puntos que he desarrollado aquí es en lo que una
persona escéptica deposita su confianza. Claro, es muy diferente al sistema de
creencias empleado por la mayoría de las religiones donde las “verdades
incuestionables” imperan, pero da una idea de lo que aceptaríamos como real o
no.